Hablemos de la elegancia. Hablemos de Camelot, de las fiestas en vestidos de gala y guantes color marfil, de Jackie O. y Audrey Hepburn. Hablemos de reyes y reinas. Hablemos de un salón nuevayorquino, cuerpos derramados en lentejuelas y luces calladas, tenues en sus gabardinas doradas, un conjunto de jazz enamorando los oídos. Hablemos de saxofones, hablemos de espacios inolvidables: hablemos de Alexandra y Jorge.
No quiero olvidar ni un segundo de aquella noche regia, noche que parecía robada de una película romántica de los ‘60s. Es difícil transmitir el sentimiento que imperaba durante aquellas preciosas horas–desde el túnel de limonaria hacia el gran salón vestido en cortinas grises (me acuerdo al Ritz-Carlton o tal vez un castillo europeo), desde cada rosa blanca hasta la mesa de espejos infinitos…pero no es justo, inevitablemente los detalles se escapan con el pasar del tiempo, y la exquisitez de esa noche solo la en un sentimiento general, que, al pensar en la noche de Alexandra y Jorge, decimos: por más noches así.
La Boda Elegante
Claro, no todas las novias sueñan con una noche así. Hay bodas como parrandas eternas en playas escondidas, amigos cercanos y fiesta, fiesta, fiesta. Hay bodas modernas y diferentes, hay bodas con toques únicos…hay bodas y hay bodas como hay novias y hay novias.
Si se trata de una boda elegante, de un salón que se extiende hacia el horizonte, si se trata de un espacio refinado y esta es tu visión, entonces debemos enfocarnos en lo que en realmente importa. Para mi, la elegancia sobrepasa un arreglo floral. La elegancia no se trata de grandes arreglos (¿cómo platicarán los invitados?), sino de un sentimiento de comodidad, como si a los invitados los estuviesen recibiendo los reyes de Inglaterra. Esa es la elegancia: una atención impecable.
Esto implica muchas cosas (demasiadas, pero me limito a unas cuantas). Espacios y lounges diseñados para asegurar el confort, espacios que permiten la conversación y la alegría y el disfrutar la compañía de los demás, servicio de primera calidad y producto de primera calidad.
También tiene que ver el entorno del espacio, del salón majestuoso y el flujo de los acontecimientos. Que cada cosa suceda naturalmente y que los invitados puedan apreciar el panorama–no se trata de recapturar cada detalle como lo viste en una pantalla, sino que cada detalle sirva para engrandecer la experiencia.
Y también implica la medición: saber hasta donde llegar. Pienso en las mujeres elegantes, luciendo sus camisas blancas, el pelo recogido en una cola, un solo anillo decorando su mano…así me imagino que viste la elegancia.
Que los elementos no saturen, que se coloquen en el lugar apropiado, apreciando cada uno en el espacio, sin que la mesa de espejos se robe la atención de las cortinas, sin aproximarse a lo estrafalario y lo excesivo, como si la boda es una obra de arte. Y el arte merece espacio para poder apreciarlo y respirarlo y sentirse verdaderamente transportado a otro lugar.
Así recuerdo la noche de Alexandra y Jorge, en tonos y sutilezas de elegancia. Y, aunque es muy probable que en veinte años no recuerde exactamente como se miraban las flores, hay un momento que nunca olvidaré, la memoria de esta boda que llevaré conmigo para siempre.
Yo estaba de invitada (soy amiga de la cuñada de Alexandra) y en algún punto de la noche, mi radio sonó: Anama, la necesitan en la pista de baile.
Pánico, nerviosismo, ¡oh no! Corrí hacia la pista (exageración, nunca corro y nunca cunde el pánico, pero estamos escribiendo historias, entonces me permiten el drama), radio en mano, para encontrarme con Alexandra en la pista. Me quitó el radio, lo guardó en su bolsa (¡su vestido tenía bolsitas!) y me dijo: ya podes parar de trabajar, bailemos. Estoy feliz, gracias por todo.
Alexandra y Jorge, les deseo toda la felicidad del mundo y espero que la noche de su boda sea una de muchísimas más que disfrutarán juntos.
Fotografía: Daniel Mendoza
Flores: Nestor Gamez
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