Esta semana les quiero contar de una boda recién celebrada en San Pedro Sula: la boda de María y Elías. Escapémonos por un ratito a Italia, a una historia de enamorados y de sus familias tan cariñosas. Sigue leyendo…
Tal y como no existen dos romances idénticos, no existen dos celebraciones idénticas. Cada boda tiene su carácter único, mágico, llena de momentitos íntimos, llena de música y de invitados felices y de familias bellas y de postres. A veces, no hay suficientes palabras para contar las historias. Casi quiero decir que tuviste que vivirlo para sentirlo.
Pero me encanta mi trabajo, porque puedo compartir estos momentitos, porque puedo conocer a estas parejas, testigos de un amor puro y casi imaginado, un amor que conocemos en la pantalla grande, en las páginas de una novela romántica, un amor tierno y verdadero y perfecto.
Y si les cuento la historia de María y Elías, les estoy contando un cuentito de amor.
Un Cuento de Amor
La historia comienza en un salón enorme (digamos que casi un castillo). Imagínenselo: moderno, blanco, un lienzo vacío, ansioso por llenarse con el sueño de una novia enamorada. Quíntuples y sextuples alturas (la princesa desde su alta torre), espacio casi eterno… ¿y como convertirlo en un hogar, en un lugar acogedor?
¿Cómo retratar a la pareja? Porque lo he dicho antes, que las mejores bodas son las que reflejan el carácter de los novios. A ver, pintemos un romance.
Un hincapié en nuestra historia para presentar al elenco de personajes. Esta historia no se puede escribir sin mencionar a la mamá de María y la mamá de Elías y el inmenso apoyo que me brindaron, que siempre pero siempre tenían delicadeza en nuestra comunicación, que confiaban en el proceso, que expresaban su cariño hacia mi y hacia mi trabajo. ¿Cómo no inspirarse?
Ciao Bella Italia
Pero regresemos a nuestro cuentito italiano (¿recuerdan nuestro último cuento, el cubano?), al salón que debía cambiar radicalmente—pero sin pantallas, sin luces estrafalarias, ¡nada de eso! Los novios querían un ambiente clásico y romántico, inspirado en su amor por Italia. Luces tenues, verdes en abundancia, flores recién sacadas de un jardín romano, rosas elegantes vestidas de marfil.
Un detallito único de esta historia: las calamondinas, unas naranjitas pequeñas, sembradas en el Zamorano, que usamos para decorar. El pastel era de naranja y también habían macarons en esos mismos tonos. Todo estaba en armonía (casi llegamos al final feliz).
Bueno, tal vez admitimos una pequeña abundancia: la mesa de postres. Los chefs nos visitaban desde tierras lejanas (Guatemala) y traían consigo los clásicos italianos, el gelato y el tiramisú, pero había un poquito de todo.
Ahora llegamos al final feliz: imagínense este espacio transformado, una cena deliciosa con postres inimaginables, el jardín italiano, escondido, recibiéndolos, los jóvenes y los invitados mayores bailando sobre la misma pista, el sentimiento de visitar en casa a la pareja feliz y a toda su familia, y casi pueden escuchar el ritmo de una canción de amor.
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