La boda de mi prima, Nan, y Miguel, fue en la casa familiar, en Rancho Viejo. Ahora que pienso en aquella noche, me parece que fue como presagio a los días de guardar y de guardarse, previo a la cuaresma, previo a la distancia social en que ahora nos encontramos. Esa noche no: nos abrazamos y bailamos con toda la dicha que es celebrar el nacimiento de una nueva familia: los Vaquerakys.

¿Por qué les quiero contar la historia de Nan y Miguel? Algo tiene que ver con el paralelo entre la celebración familiar—la novia le pidió a la familia que se quedara hasta el último minuto—y las circunstancias en que nos encontramos ahorita mismo. Si, las bodas son eventos divinos y elegantes; si, las bodas son fiestas que amanecen; si, que lindo celebrar con todos tus amigos y amigas, familiares lejanos y cercanos; si, amo las flores y amo un bar bien construido. Todo esto es cierto. Pero creo que a veces se nos olvida porque celebramos las bodas: porque estamos creando familia. Y ahora, más que nada, es cuando podemos dar gracias por la familia que nos rodea.

Nan y Miguel y Rancho Viejo

Rancho Viejo vive en el corazón de quienes lo hemos podido compartir. Se luce en los momentos que nos marcan y adorna los recuerdos más felices, en que juntos deseamos la mayor bendición a nuestras madres, hermanas, primos y sobrinos. Es la casa de mi familia, donde todas nos hemos casado; caminas por los pasillos y recordás cada boda. Para Nan y Miguel, florecieron los napoleones, las llamas del bosque, las azaleas y las begonias del jardín. Esplendaron sus liquidámbares, pinos y floresta.

Desde la entrada, la banda de Shirley Paz y sus deliciosos arreglos a canciones de Los Beatles, nos dio la bienvenida a una maravillosa noche estrellada, el cielo espejado de miles de veladoras colocadas en el entorno.

Recuerden: esta es la casa que lleva nuestras memorias. Los murales del tío Alejo Lara, los dibujos que pintó mi tía Nan cuando aun éramos niñas, la lámpara que compró mi mamá en un viaje a México, las artesanías traídas de algún viaje, los adornos de mi abuela, los árboles y las plantas sembradas y atendidas con amor. Las fotos de familia, sus retratos al oleo y las fotos gigantes con los bellos rostros de las mujeres que han hecho de Rancho Viejo un oasis familiar, un espacio de encuentro con nuestros amigos cercanos.

El Cuarto de Postres

En el cuarto de postres están firmados todos los nombres de todas las personas que han, en alguna ocasión, celebrado una fiesta en Rancho Viejo. Allí decidimos colocar los postres: el pastel de Lucy, con cual Nan y su hermana Pamie celebraron cada cumpleaños desde que habían nacido; mi mousse de chocolate; las galletas de Anana, la hermana de Nan; el baklawe griego que aprendió a hacer Pamie; mi mama hizo el pastel de la abuela…esas fueron nuestras firmas, nuestro pedacito de la boda.

Y no hubo primer baile. No hubo pastel tradicional. En vez, Nan bailó Zorba el Griego con su papá.

(¿Cómo traducis My Big Fat Greek Wedding al español?)

Así nos tenemos que imaginar la boda. Nan y Miguel, dejando su firma en aquella casa encantada, creando su familia y su historia que es parte de la nuestra. Tenés que imaginarte a Nan en su vestido elegante—pudiera escribir siete blogs solo acerca del vestido—y a Miguel sonriendo entre todos los invitados, abrazando a su hijo. Tenés que imaginarte los arreglos de la casa, esa casa, ya vestida de trajes divinos, solo luciendo su carácter ese día para la pareja.

La boda es tuya, y de tu esposo, y de tu familia. Que bailes. Que los postres sean los que más te gustan. Que te abrace cada miembro de tu familia. Que amanezcan contigo y con el sol tenue de la ciudad y la montaña.

Me atengo a estos recuerdos, ahora que el mundo está un poco más cerrado. Y recuerdo como bailamos, y siento la esperanza que todos volveremos a bailar juntos, Nan, Miguel, sus familias, las nuestras, las tuyas…eso es lo que más se merece celebrar.

Fotografía: Daniel Mendoza