Desde siempre, las bodas han sido motivo de emoción intensa para cualquier familia. A veces es solo eso: la ilusión de que llegó el día tan esperado. Otras veces, es porque las emociones se desbordan y surgen desacuerdos. Es natural. Si a veces ni madre e hija logran ponerse de acuerdo en el vestido o las flores, imagínate cuando se involucran la suegra, la tía que todo lo sabe o la cuñada que cree tener mejor gusto que nadie.
Y últimamente, hay una nueva figura que no puedo dejar de mencionar: la amiga “wedding expert”. Esa que planeó su propia boda, todo “salió perfecto” (según ella), y ahora cree saber más que la planner profesional que lleva 200 bodas sobre sus hombros. Claro, ella no vio lo que pasaba tras bambalinas mientras bailaba feliz en la pista.

Luego está el tema del presupuesto. Un punto sensible, pero crucial. Muchas veces, lo que realmente causa estrés no es la boda en sí, sino querer una boda que no se puede pagar. Porque seamos francos: si el presupuesto no te deja dormir, tal vez es señal de que necesitas ajustar tus expectativas. Reducir el número de invitados. Apostar por lo esencial. Volver a lo que realmente importa.
Hoy las bodas se han convertido, en muchos casos, en un show. Las novias se preocupan más por los detalles “instagrameables” que por prepararse para el sacramento o la vida matrimonial. Y lo digo con todo el cariño del mundo: no para criticar, sino porque me duele verlo.
Se ha perdido la esencia.
Nos dejamos llevar por lo que vemos en Pinterest o en las bodas de celebridades —sin saber que muchas de esas bodas cuestan millones de dólares, o son patrocinadas por marcas que solo quieren publicidad.

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Y ahí es donde empieza el desgaste: en compararse.
Una boda no tiene que tener carretas de gelato, una estación de cocteles, un pastel de fondant de cinco pisos (que ni te gusta) o una pista de baile personalizada si eso no va contigo. Si lo amas y puedes pagarlo sin ansiedad: adelante. Pero si lo haces por presión o comparación, te estás alejando de lo más importante.
Lo esencial es esto: que tus invitados se sientan bien. Que celebren contigo. Que la comida sea rica, que haya variedad de bebidas a la temperatura correcta, que el espacio esté bien climatizado, que la boda tenga alma.
Porque al final, lo que más se recuerda no son las flores. Es cómo se sintieron.

Y sí, lo admito: yo también soy parte del problema.
Me encanta detectar tendencias antes que los demás. Me emociona mostrar en redes que las usamos antes de que se volvieran virales. Pero sé que muchas novias me siguen y se sienten abrumadas. Y por eso hoy quiero decirte algo desde el fondo del corazón:
No te compares.
Ponte blinders, como los caballos de carreras, y enfócate en lo que verdaderamente importa: tu pareja, el sacramento, tu familia, y tu paz.
Haz tu boda con lo que puedes pagar sin miedo. Si tu presupuesto da para algo pequeño pero lleno de amor, hazlo así. Si quieres inspirarte en ideas que viste en otra boda, hazlo. ¡Todos lo hacemos! Pero que no sea para competir. Que no sea para impresionar. Que no sea para ganar.
Porque sí: siempre habrá bodas más grandes, más espectaculares, más costosas. Pero lo que hará inolvidable la tuya será el amor que se respira, no el show que se exhibe.
Y si puedes contratar a los mejores expertos que tu presupuesto permita, hazlo. Invierte en lo que te da paz, no en lo que te da ansiedad.
Lo sé, lo sé… solo te casas una vez. Pero si pones tu energía en lo que importa, vivirás ese día con ilusión, no con agotamiento.
Y eso, créeme, es lo que realmente vale la pena.

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