En otra ocasión, me dediqué a contarles las historias de las personitas; bienvenidas a los príncipes azules, bautizos, primeras comuniones. Hoy, quiero hablar otra vez de las personitas y compartirles un bautizo divino que celebramos hace unos cuantos años. Sigue leyendo…

Consideremos los bautizos como la primera celebración en la vida de tu personita. Hasta ahora, su experiencia ha sido algo ajetreada. Lo jalan de su hogar de nueve meses—sin pedirle su opinión—y lo andan de lugar en lugar, vistiéndolo en ropa que él no escogió, presentándole a personotas que él no conoce…ni hablemos de las vacunas.

El bautizo: tu personita se lo merece. Es un día dedicado enteramente a él, para presentarlo ante Dios y su familia. Tal vez a tu personita le estorbe las gotitas de agua, o el silencio de una capilla llena de flores, pero después puede gozar de la atención y el amor de los que más lo quieren. ¿No debería de ser así? Pobre personita que se encuentra rodeado de mares de desconocidos, o de un evento asomándose a lo excesivo.

Prefiero eventos como éste, íntimos, familiares, tradicionales. La personita viajó a la casa de campo—una casa en donde sus papas se casaron—y allí lo esperaban tíos y tías, abuelos que pronto consentirían, memorias infinitas y un aire nostálgico.

El menú delicioso (aunque la personita todavía no lo reconociera).

Barras de antipasto, ensaladas, tocinos de maple, postres de mil y una variedades…para los que vinieron a celebrar a la personita, les regalamos unos aceites de oliva en miniatura.

Entre pensamientos de regalitos y cositas dulces, recuerdo cuando planeábamos la boda de los padres hace unos años. Recuerdo conversaciones animadas con la novia, sueños imposibles que resultaron posibles. Me siento como parte de la historia, una historia enamorada que solo comienza, que aún no termina.