El post de hoy se trata de una boda cubana que celebramos aquí en Tegucigalpa. Fue increíble ver la transformación del Trapiche, como si nos habíamos transportado en el tiempo, a una hacienda en aquella isla de encanto. Sigue leyendo para conocer los detalles…
Una prima de una amiga de una sobrina contaba que cada jueves, al terminar el partido de dominó, sus tíos se despedían con abrazo, apagaban el portátil y gritaban desde la puerta: ¡la próxima en La Habana!
El decir nostálgico era por falta de algo, por falta de la soñada Cuba de hacia muchos años. Se abría la posibilidad de la velada isleña, de aquel lugar remoto donde nadie nunca apagaba la música. La próxima en La Habana. Si tan solo fuera cierto.
Y si, por solo una noche, una noche, ¿nos robábamos las estrellas cubanas, la jungla salvaje y el son invencible de una buena salsa? Que los invitados entraran y respiraran el aire fresco de la costa, el ambiente alegre–pero alegre, alegre, alegrísimo–y todos se sintieran transportados, tal vez en ese momentito, que en verdad esa noche, reunidos para celebrar el amor de Carmen Alicia y Manuel, ¿qué tal si en verdad se sintiera como en La Habana?
Una Boda Cubana
Ese era el reto. Rendirle honor a un patrimonio cubano, una historia de décadas, un sentimiento difícil de fabricar tan lejos de la costa. Empezamos con el local: convertimos El Trapiche en una hacienda antigua, una casona cubana. Respetamos los cielos, las columnas de madera y el hierro forjado, decorando el cielo con más de mil esferas flotando en la inmensidad de la noche.
Un piso de azulejo antiguo, follajes verdes, plantas tropicales, enormes, bellas, helechos y palma y plátano y palmera y una orquídea–pero la verdad es que no se trataba de las flores. Era todo un ambiente, un sentimiento único, muy diferente: si al final, la patria la traemos en el corazón.
A los invitados se les recibiría con un mojito (pero clásico), un menú cubano de primera orden: Cerdito, yuca al mojo y camarones con panko, crepas hechas en el instante, quesos, y jamones, y panes divinos, antipasto, ceviches (¡como recién pescados del mar caribeño!), filetes de res enteros, una estación de pastas…
Lo Primero es la Música
Y para crear una experiencia de boda cubana desde el primer instante, faltaba la música. Tal vez así recordaban las calles empedradas y una balada de callejón, el calor de cuerpos bailando cerca y una sonrisa pintada a la perfección. El papá del novio se encargó de buscar la banda ideal, de crear el repertorio y la lista de canciones para el baile cubano.
Y cuando los primeros invitados se acercaban, les daban la bienvenida las bailarinas, vestidas con sus polka-dots, flores detrás de la oreja, lápiz labial rojo, sonrientes, bailando, marcando la pauta para el resto de la noche.
Y llegaron los novios a La Habana y la fiesta comenzó y casi no termina.
Eso debería de ser una boda. Una fiesta que refleje exactamente los deseos de la familia y la pareja, nunca una lista de quehaceres, deberes con que cumplir, tradiciones que respetar, nada de eso. Me quedo con la noche cubana, la noche de salsa, que con un chasquido de los dedos arranque la banda y suene hasta lo más lejos, que la próxima también sea así.
Carmen Alicia y Manuel, les deseo miles de noches cubanas por venir.
Fotografía: David Mendoza
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